• lunes , 11 febrero 2019
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Bachelet, inteligencia y coraje

A fines de esta década, cuando este gobierno ya  haya terminado, Chile va a ser un país distinto en muchos sentidos. Empezando, porque más del doble de los trabajadores que hoy lo hacen van a poder sindicalizarse y negociar colectivamente y, a otro sector muy mayoritario de trabajadores, van a ver extendidos los beneficios  de la negociación colectiva que, en su momento,  hicieron sus pares.

Del mismo modo, cerca del 90 % de los niños en edad escolar, tanto de la educación primaria como de la educación secundaria,  van a estar estudiando en escuelas públicas o particular subvencionadas  sin que sus padres tengan que pagar un centavo por su educación.

Igualmente, al menos los jóvenes pertenecientes a las familias de los primeros 8 deciles de ingreso (los sectores más vulnerables) van a tener el derecho a estudiar gratuitamente en instituciones de educación superior acreditadas y de calidad. Junto a ello, el 30% de los(as) niños(as) en edad preescolar de nuestro país estarán integrados al sistema de educación parvularia, llegando con ello a los máximos niveles de participación en educación preescolar que presentan los países desarrollados.

Para esa época ya se habrán producido elecciones parlamentarias con el nuevo sistema electoral mucho  más democrático, amplio y justo que habrá entrado en vigencia en diciembre de 2017.

También en el Chile de fines de esta década, las parejas de igual o distinto sexo podrán vivir cuidando su patrimonio y recibiendo el respeto  que su dignidad de seres humanos les confiere, sin que existan distingos ni discriminaciones de ninguna especie.

A fines de esta década, Chile contará con dos Ministerios fundamentales para la calidad de vida de cada habitante, las familias y comunidades a lo largo y ancho del territorio nacional, y para ir construyendo un país más integrado, equitativo, respetuoso de su diversidad y participativo. En efecto, los ministerios De la Mujer y Equidad de Género, y de las Culturas, las Artes y el Patrimonio, creados en este gobierno, contribuirán decisivamente para el buen vivir de todos(as).

El Estado contará, gracias a una gran reforma tributaria, con los recursos suficientes para mejorar los hospitales y para solventar este derecho a la educación que tanto reclamaron en su oportunidad el movimiento social y los estudiantes.

Qué duda cabe que ese país va a ser uno muy distinto al que hoy estamos viviendo. Por cierto, tal vez aún no habremos avanzado lo necesario en el reconocimiento del carácter plurinacional de Chile y, quizás, sólo habremos sentado las bases para debatir y aprobar una nueva carta constitucional.

Naturalmente sabemos que van a subsistir muchas desigualdades y arbitrariedades, entre otras, la relacionada con el sistema de pensiones que permite que nuestros adultos mayores vivan con jubilaciones muy indignas.

También el hecho que todavía las grandes empresas transnacionales, sobre todo en área de la minería, van a pagar muy escasísimos impuestos y prácticamente un royalty simbólico.

Probablemente en el sector de salud privado seguirán habiendo discriminaciones odiosas contra la mujer y el adulto mayor. Sin perjuicio de todo lo anterior, el Chile de esa época va a ser un país distinto, un país en que habremos dado pasos muy fundamentales en la dirección de la inclusión y de la justicia social, que son la base de la auténtica paz social  que Chile se merece.

¿Cómo fue posible hacer estos cambios de fondo que van a empezar a vivir los chilenos a partir del 2018?

En primer lugar, sin lugar a dudas, gracias al despertar de la ciudadanía  y a las grandes movilizaciones  que se desarrollaron en Chile en los años 2010, 2011 y 2012 durante el gobierno de Sebastián Piñera y que pusieron de pie a los estudiantes y a sus padres; a los medioambientalistas;  y a quienes luchaban por la inclusión, el fin de las discriminaciones y el respeto a la diversidad sexual. En definitiva, porque hubo una ciudadanía que supo ponerse de pie.

En segundo lugar y al mismo tiempo, porque a miles de kilómetros de distancia de Chile, había una mujer  que en ese momento, sin perjuicio de las altas responsabilidades que tenía en ONU Mujeres, iba siguiendo con su inteligencia y corazón los avatares de la sociedad chilena y llegado el momento, producto de solicitudes de muchas personas y organizaciones de diversos orígenes, pero sobre todo de nuestro pueblo, decidió regresar a la patria y postular a la presidencia de la República.

Una mujer que tuvo la inteligencia de comprender que no tenía sentido seguir con más de lo mismo; una mujer que tuvo la inteligencia de comprender cuál era el sentido último del malestar que alentaban las protestas y movilizaciones sociales. Y, sobre todo, tuvo la inteligencia de comprender que un país integrado y con paz social no podía construirse si no necesariamente sobre la base de hacer cambios de fondo que permitieran efectivamente, doblegar las desigualdades más profundas que estaban hiriendo el alma nacional (y que lamentablemente en alguna medida lo siguen haciendo).

Pero no bastaba solo inteligencia para comprender la necesidad de hacer cambios de fondo. Ya  con la experiencia de haber dirigido un gobierno, ella sabía que estas  reformas que se iban a implementar para cambiar las cosas en el país en la dirección de la justicia y la inclusión,  iban a tocar intereses muy poderosos y cuyos principales representantes iban a reaccionar duramente. Además, tenía claro que se iban a hacer en un país donde todos los medios de comunicación, con excepciones muy honrosas, estaban -y siguen estando- en manos de esos mismos poderosos, cuyos intereses van en la dirección de que se mantenga el statu quo para seguir usufructuando de los beneficios del poder.

Se necesitaba inteligencia para saber qué es lo que había que hacer y coraje para llevar a la práctica dichas reformas sabiendo que se navegaba en aguas turbulentas. Porque toda transformación, cuando es en serio, y es estructural, no se hace sino navegando en aguas agitadas, aceptando los desafíos que implica la reacción de los poderosos que ven tocados sus intereses.

Michelle Bachelet tuvo la inteligencia para comprender lo que había que hacer en Chile y el coraje para dirigirlo. Tenía que ser una mujer. En un país de tanto machismo transversal en la dirigencia política, de tanta discriminación intelectual y moral hacia la mujer, es muy simbólico que haya sido una mujer la que haya tenido  esta inteligencia y coraje.

Doy esta opinión cuando la Presidenta de la República tiene apenas un 25% de aprobación promedio según las últimas encuestas y sobre un 65% de rechazo.

Es cierto que hemos cometido algunos errores como coalición de gobierno; muchas veces no hemos estado a la altura de estas transformaciones. Pero,  no tengo una sombra de duda de que a muy poco andar,  la inmensa mayoría del país va a saber comprender, valorar y agradecer los inmensos cambios impulsados en Chile por la Presidenta Bachelet, producto del coraje propio de las mujeres chilenas y propio de los(as) grandes líderes, que saben que hay costos transitorios cuando se quieren hacer cambios de fondo, pero que a la larga son los únicos cambios que tiene sentido realizar si uno está en política para servir al país y no a sus propios intereses.

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